El periodo de Felipe Calderón en la presidencia de la
república es percibido como una etapa particularmente oscura por la opinión
pública. La guerra contra el narcotráfico que emprendió desde los primero días
de su mandato, acarreó resultados nefastos que terminaron manchando
irremediablemente su administración. Gerardo Nieto, En su libro La Presidencia
Débil, hace un análisis minucioso de las condiciones en las que el presidente
Calderón tuvo que gobernar y como esas mismas condiciones fueron las que le
impidieron llevar a cabo políticas efectivas y trascendentes para el desarrollo
del país.
Una de las razones principales que se postulan en el
texto para explicar por qué en este sexenio el Ejecutivo se vio tan limitado en
sus posibilidades de acción, es el hecho de que la fortaleza de la presidencia
estribaba en el respaldo que diversos actores políticos le proporcionaban. Las
televisoras, la Iglesia Católica, el gobierno de EE.UU., PRI, PAN y otros, eran
pilares fundamentales sin los cuales el gobierno de Calderón correría el riesgo
de colapsar. Como era de esperarse, este apoyo no fue gratuito; estaba
condicionado a la perpetuación del status quo y los privilegios de estos
actores.
Los partidos de izquierda, acérrimos opositores del
gobierno Calderonista, sin siquiera reconocer su legitimidad, obstaculizaban
aún más la capacidad del poder ejecutivo para construir acuerdos. Esa
legitimidad ausente se trataría de conseguir mediante la guerra contra el
crimen organizado, aunque al final del sexenio y 80 mil muertos después, el
saldo obtenido no sería otra cosa que un rechazo generalizado hacía sus
políticas de seguridad por parte de la opinión pública.
En el capítulo dos de la obra, Silenciosa Pretorianización, se aborda a detalle la dependencia del
ejecutivo hacia el Ejército y las particularidades que se derivaron de encargar al cuerpo castrense los asuntos
de seguridad pública. La ola de violencia exacerbada que se extendió a lo largo
y ancho del país, generó una sensación de inseguridad que tuvo un gran impacto en toda la sociedad mexicana.
Varios Estados del norte de la república
se consideraban como lugares donde salir a la calle era arriesgar la vida y, a
nivel internacional, México era comparado con Pakistán en términos de
ingobernabilidad.
A esta altura de la exposición, sería apropiado
plantearnos algunas interrogantes. ¿Cómo explicamos que el Estado de derecho se
vea completamente vulnerado y que sea necesario recurrir a las Fuerzas Armadas
para tratar de controlar la situación? ¿Cómo explicamos, también, que los
diversos actores políticos puedan hacer de la agenda pública un medio para
obtener beneficios privados; todo esto ante la completa indiferencia de la
mayoría de los ciudadanos? Desde mi punto de vista, el problema tiene un origen
multifactorial y, si vamos a considerar que la simple construcción de
ciudadanía es la solución a todos los problemas políticos y sociales del país, hace falta definir qué
condiciones materiales deben existir para que la construcción de esa ciudadanía
sea posible.
En primer lugar, haría falta garantizar la impartición
efectiva de la justicia. Es poco relevante que se posea el mejor y más completo
sistema de normas jurídicas, si es completamente inoperante y la mayoría de los
crímenes permanecen impunes. Podemos suponer que poco le importará a la
ciudadanía que formalmente se declaré un Estado de sitio o excepción que anule
legalmente sus garantías individuales, si en su realidad cotidiana no existe
algún medio para hacerlas valer y respetar.
Por otro lado, es difícil creer que sea posible el
fomento de valores ciudadanos, como el respeto a la ley y la participación
política, si más de 50 millones de mexicanos experimentan algún tipo de
pobreza. ¿Qué compromiso puede exigirles un Estado que ni siquiera puede
garantizar su seguridad?
Probablemente
estos dos problemas guardan una relación de causalidad mutua muy estrecha. En
esencia, el objetivo primordial del Estado debe ser garantizar la prevalencia del
Estado de derecho. Si consideramos que el modelo político y el modelo económico
se encuentran agotados, tal vez sea porque
en realidad no han funcionado apropiadamente. Los problemas estructurales que
alcanzan a todos los estratos de la sociedad son muestra manifiesta de ello.
Entonces ¿Será problema de los modelos en sí mismos o de cómo se han venido
realizando?
[1] Nieto,
Gerardo. La presidencia débil: 2006-2012. Ensayo político sobre la dialéctica
del caos. México, Strategos. 2014
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