Transición Ilusoria
Miguel Ángel Ortega Tovar
Las esperanzas de la transición
política sólo ilusiones fueron. El entusiasmo y el optimismo comenzaron poco a
poco a consumirse mientras aparecían los resultados de la nueva administración
a cargo del PAN. Normalmente las transiciones son un síntoma de democracias saludables,
pero la del 2000 en México no fue el caso, puesto que agravó la salud de un
país ya enfermo de violencia, corrupción desequilibrio y fragilidad. Las
problemáticas heredadas de los gobiernos del partido hegemónico se reforzaron
con los gobierno del PAN, según muestran los indicadores de gobernabilidad del
Banco Mundial. La transición de la “dictadura perfecta” al “gobierno del
cambio” ha dejado a México más
debilitado y al borde del colapso. Sin embargo, nuestro país se sostuvo y aun se
sostiene, a pesar de continuar en esta “ruta del colapso”[1].
El narcotráfico ha sido unos de
los principales autores de la crisis actual del país cuyas repercusiones se
vieron plasmadas en los estudios de gobernabilidad del Banco Mundial. México
empeoró en todos sus aspectos que, además, ya se consideraban anteriormente
alarmantes. La falta de experiencia del gobierno “del cambio”, a cargo de
Vicente Fox, se reflejó en esta evaluación. Esta situación de debilidad
gubernamental e institucional en nuestro país alarmó fuertemente al gobierno de
Estados Unidos cuyas políticas antidrogas se consideraban afectadas por las
deficiencias en las instituciones mexicanas. A lo largo de nuestra historia, el
gobierno de Estados Unidos jamás ha dejado de interesarse en las crisis que
hemos afrontado como país, tal vez debido a motivos internos de seguridad o a
posibles intereses económicos en nuestro territorio. Lo cierto es que, como en
varias partes del mundo, siempre ha existido y sigue existiendo la amenaza de
una posible intervención norteamericana siempre disponible a brindar una
supuesta solución a los colapsos o problemáticas extranjeras.
Por otra parte, el régimen del
gobierno mexicano se ve apoyado por varios bloques de grandes influencias
políticas donde, por su puesto, figuran Estado Unidos, la Iglesia y los
partidos políticos. El acuerdo entre elites ha sido siempre el pilar más fuerte
con el que se sostiene la nación que, además, marca un rumbo y distingue
prioridades. Sin embargo, como bien lo comenta Gerardo Nieto, esto provoca que
la “estabilidad esté sujeta a la creatividad de actores políticos y económicos”[2]
que restringen la autonomía del Estado. Es por esto que el país no está sujeto
a la voluntad general del pueblo, sino a la voluntad y capricho de las elites
quienes dirigen y sostiene al régimen.
El primer sexenio panista fue un
sexenio decadente, decepcionante que propició las políticas brutales de
reordenamiento del siguiente sexenio del supuesto “presidente del trabajo”.
Felipe Calderón, proveniente de una elección deficiente, buscó una forma rápida
y efectiva de legitimar su gobierno ya dañado por las características de las
elecciones, arriesgándose inmediatamente por una política antidrogas denominada
comúnmente como” la guerra contra el Narco”. El presidente del trabajo trató y
logró legitimarse mandando a trabajar al ejército directamente en las labores
correspondientes a la confrontación del narcotráfico. Esta decisión, poco
reflexionada, introdujo al gobierno Calderonista en una guerra descontrolada cuyos
resultados nunca fueron positivos y
donde cualquiera de las opciones empeoraría las problemáticas del país, tal y
como lo explica Gerardo Nieto: “Si el ejército se retira, el gobierno colapsa;
si se mantiene crece el conflicto”[3].
Lo cierto es que la lucha contra
el narcotráfico no fue una política inspirada en el bienestar de los mexicanos,
sino una herramienta de legitimación inmediata para un presidente electo con un
triunfo dudoso. El ejército, actualmente una de las instituciones más
respetadas y confiables según la opinión de los mexicanos, y que además
representa un parte verdaderamente fundamental del equilibrio del país, fue
utilizado en una plan de acción desmesurado contra uno de los problemas que se
presentó y empeoro durante las presidencias débiles; frutos de una añorada
transición y causantes del regreso a la
dictadura perfecta.
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